Acabo de disfrutar de las últimas sesiones de Postura sana en el conservatorio. Y digo disfrutar porque, afortunadamente, nada tiene que ver el ambiente que se crea en las sesiones ahora con el que me encontraba hace cinco años cuando eché a andar el Proyecto. Hemos ganado en atención, respeto, e interés, llegando en algunos momentos a crear un clima tan receptivo, que se genera de forma natural un silencio que emociona.
En éstas últimas sesiones participaron algunas de las Clases Colectivas de diferentes especialidades, uno de los grupos de Danza y la Banda de Música.
Trabajamos la forma de sentarnos, notando bien los isquiones y sin exagerar la curvatura normal de la columna. También la forma de levantarnos y tumbarnos en el suelo, y aunque sin profundizar mucho en ello, la forma de sostenernos de pie sin colapsar las rodillas.
Al final se las sesiones les explicaba la imagen con la que suelo terminar las que llevo a cabo fuera del conservatorio. Se trata de esta foto, la de un desierto en flor después de una tormenta.
Si yo diese mis sesiones en ese hermoso paisaje...¿lograría cambiar algo? Evidentemente no. Sería predicar en el desierto. Pero no es el caso. Mis sesiones tienen lugar delante de personas que pueden cambiar y mejorar muchas cosas y que, siendo generosas, pueden lograr que otras personas, que no están presentes en las sesiones (familia, compañeros, amigos) se beneficien también de mejorar su calidad de vida.
Eso sí, al igual que sería maravilloso que el desierto no necesitase de una tormenta para lucir así de bonito, sería ideal que quiénes asisten a mis sesiones no esperasen a una tormenta (dolor de espalda, de cabeza, tendinitis y molestias varias) para poner en práctica todo lo aprendido, para que enraíce y finalmente florezca todo lo explicado.
En cuanto al profesorado y a las familias que asistieron a la sesión...¡qué les voy a contar yo que no sepan ya! Pues eso, que...
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